Era el último día de clase de mi escuela, desde los pasillos se podía apreciar perfectamente las ganas de que terminara el trimestre. Y aunque yo acabaría un poco más tarde, ya comenzaba planificar mis dos semanas insustituibles de vacaciones.
Entre otras cosas, esta Semana Santa tenía claro que participaría en la representación teatral de mi cofradía y no iba a dejar que la pereza me lo impidiera. Además, también contemplaría las demás para poder ver por primera vez tu Pasión, Muerte y Resurrección al completo. Eso me hacía mucha ilusión.
Al finalizar tecnologías, mi última hora lectiva de los viernes, me dispuse a encontrarme con mis compañeras de equipo ya que teníamos entre manos un importante partido de baloncesto. Pero con las prisas, me resbalé por las escaleras del colegio y caí al frío y húmedo suelo. Seguidamente noté un leve dolor en el pie y por vergüenza me levanté disimulando y continué hasta los vestuarios donde nos cambiaríamos. Ya allí me di cuenta de que mi tobillo estaba muy hinchado, y aunque no me dolía demasiado, no pude evitar ponerme a llorar. Mis compañeras trataron de consolarme y me aconsejaron que no me cambiara, que no podía arriesgarme. Al final, a pesar de que no me agradaba la situación, comprendí que tenían razón y les hice caso.
Cuando ellas ya se fueron hacia Alicante, la ciudad donde se disputaría el partido, mi padre me recogió en coche y me llevó junto a mi madre al hospital.
Una vez allí, y después de esperar un largo rato, el doctor me examinó el tobillo y me hicieron algunas radiografías. Más tarde nos explicó la gravedad del asunto. Por suerte no era serio, sino un esguince de tobillo, pero al médico le preocupaba lo inflamado que estaba. Seguidamente me recetó una tobillera y un antiinflamatorio, además de no saltar, ni correr y evitar forzar mi pie ya que podría ocasionar una lesión más importante. En resumen, no iba a poder andar durante dos semanas, dos y media a lo sumo. Mi primer día de vacaciones y todos mis planes arruinados.
El día siguiente seguía cojeando, y el Domingo de Ramos no pude salir de casa. Lo mismo el lunes y el martes. El miércoles lo más cerca que pude estar de las representaciones era desde mi balcón donde observaba El Prendimiento. En ella representan, como su nombre indica, vuestro prendimiento en el Monte de los Olivos. Cuando Judas os entrega con un beso. No sé si es apropiado pero me recuerda a la canción de Nino Bravo llamada “Un beso y una flor´´. Las esculturas eran realmente significativas. Durante esos minutos toda mi angustia desapareció.
De repente mi madre llegó a casa de ver las procesiones con mis hermanos y al encontrarme al lado del palco en vez de estar sentada en la cama se enfadó y comenzó a repetirme lo que dijo el doctor. Al rato se compadeció de mí y me dejó ver las representaciones por la televisión. Pero no era lo mismo. Y al final acabé enfadándome yo también.
Todas las noches pedía al señor que mi pie mejorara, permanecía acostada en la cama hablando con Él, contándole lo duro que estaban siendo estas vacaciones para mí.
Los dos días siguientes no veía que mejorara mucho mi tobillo y tuve que moverme lo mínimo posible, por lo que la tristeza volvió a mi vida. Pero el domingo ocurrió un milagro. Tras la visita con el doctor, éste nos comentó que mi lesión había mejorado espectacularmente y que ya podría andar. Ese momento fue como una gran bocanada de aire fresco y lo primero que me vino a la mente fuiste Tú.
Hoy era el último día de la Semana Santa, Domingo de Resurrección, y estaba impaciente de salir a la calle. Conseguí convencer a mis padres para que fuéramos a la procesión de Cristo Resucitado. Lo único que me llevé fue una fotografía de Nuestra Señora del Carmen, nuestra patrona, y un crucifijo para darte las gracias.
¡Esta Semana Santa ha sido la mejor de toda mi vida!