Hoy en el colegio hemos estado dibujando a cachorros en la clase de artística. Esto me hizo recordar aquel gracioso concurso que fui con Tara.
Hace tres o cuatro meses me apunté a un concurso de dibujo de mascotas en el museo de mi ciudad. La razón por la que me inscribí fue porque el ganador se llevaría consigo un suministro de comida animal para todo un año. Yo no iba a desperdiciar esa ocasión. Las bases del concurso eran dibujar a tu mascota.
En el museo, la mañana del concurso, había una multitud de gente con perros, gatos, hamster, peces… Todos preparados para dibujar. Entonces el guarda del museo nos llevó hasta la sala de exposición. Tara estaba nerviosa y estaba constantemente saltando, así que le di una galleta para que se calmara y funcionó. Mejor dicho, le gustó tanto que hasta me lamió toda la mano. Me di cuenta de aquella mala idea cuando estábamos ya todos dibujando. Tara se puso a ladrar constantemente porque quería más galletitas. ¡Todos los participantes estaban perplejos! ¡Que vergüenza! Y para colmo todas las demás mascotas empezaron a hacer múltiples ruidos.
Me sonrojé un montón y empecé a dibujar como si nada. Tras dos horas devolvimos nuestros dibujos para que eligieran un ganador. Yo estaba convencida de que no ganaría, pero una semana después los miembros del museo llamaron a mi madre diciendo que había sido la ganadora. Al rato caí en la cuenta que los demás ni siquiera terminaron sus dibujos porque sus mascotas también estaban ladrando, maullando y gritando.
¡Todo gracias a Tara! ¡Sí que tenía ganas ella de esa comida!